martes, junio 21, 2005



Anoche fui al cine a Méndez Álvaro a ver una peli absolutamente irrelevante (aunque quizá si menciono que los actores podrían ser sustituidos por pececitos sin más consecuencias que una consistente ganancia de colorido, ya sepáis de qué peli estoy hablando. Y mira que he amado a Ewan).

El caso es que partí pizpireta a media tarde a comprar las entradas para la sesión de 10...
[...]
...y ahí estaba yo a las 9:55 acuclillada en la acera y vaciando mi bolso en el suelo con la certeza de estar a punto de convertirme en la primera persona que conozco lo suficientemente gilipollas como para haber perdido una de las entradas un par de horas antes al ir a sacar el carnet de la biblioteca.
Efectivamente soy así de gilipollas, lo que no hace que la historia acabe mal. Esta es una historia como las de antes, tipo Capra o Rita Irasema, en la que la moza de las taquillas con su cucurucho de hada en la coronilla y su pelo grasiento, me firma el justificante que evita que pague el doble de dinero por semejante MIERDA.

Y colorín colorado todos felices. Yo he recuperado mi fe en la humanidad y esa becaria de ángel debe estar continuando la carrera por la adquisición de sus alas en algún otro lugar (presumiblemente más amplio que un cubículo de un metro cuadrado. Y mejor ventilado).