viernes, junio 18, 2004

A ver, dejadme que os sitúe: el viernes de hace dos semanas tuve un par de exámenes, lo habitual en gente de mi condición, y como también viene siendo habitual en mí, me reservé la jornada de reflexión para prepararlos dignamente. Pero me levanté menstrual. Menstrual total, en esos días, esos que se ponen con mayúsculas, en cursiva, y se resaltan con un par de dedos a cada lado de la cara haciendo garrita. Esos días de chilliditos, lloriqueos, cabezas girando sobre si mismas y dibujitos en los márgenes de los apuntes de operaciones de extirpado de matriz y ovarios realizadas con una cucharilla de moka. Por eso, en una de mis habituales estrategias de evasión de la realidad me eché a dormir como un lechón hasta la madrugada del día siguiente, unas 17 horas, al cabo de las cuales me desperté inexplicablemente (la mala conciencia, supongo) y decidí dedicar las 5 horas que me quedaban para el primero de los exámenes a echar un vistazo a los apuntes.
Pero fue para bien, porque después de esto saqué una lección vital importante que venía a decir algo así como que “no dejes para hoy lo que podías llevar semanas preparando, gilipichis”. Fue grande, 15 días de responsabilidad desenfrenada; hasta ayer mismito, aunque ya ha quedado eclipsada por la emoción de la reciente entrega de los premios a la fidelidad y su correspondiente lección ( “no te gastes tonti, si después de siete años ya eres de la casa; tienes trato preferente, cosita bonita”).

Pues eso, que ahora lo que me queda es sobrevivir el resto de mi vida como mujer sin ilusiones, una cínica más, con dos aprobados absolutamente inmerecidos y ese sentimiento del que jamás me podré liberar (y mira que intentaré ahogarlo en alcohol) de que a esa zorra le gustaba tenerme en clase para mirarme las tetas, que si no no se explica; porque después de cuatro meses en primera fila sin faltar un solo día me hacen un examen como el que yo hice y no sólo suspendo a ese pobre desgraciado sino que publico su examen por gilipollas; pero en mi facultad no pasan esas cosas, allí solo es posible que suspendan el Richar y los amiguitos con los que tanto tiempo pasa fumando en los baños o la monja muda que gime, que da un mal rollo tremendo.

**De todas maneras es justo reconocer que si hubiera hecho el examen que hice fumada y con el cerebro en una cajita transparente sobre la mesa seguramente sí me hubiera merecido el aprobado. ¡Ay doña Carmen! ¿Es esa la imagen que doy?.

viernes, junio 11, 2004

De cómo los deseos se convirtieron en puré de castañas

De mis tiempos de joven solitaria (que no solidaria) me ha quedado el convencimiento de que la única manera de mantener las cosas a tu verita es llamándolas por su nombre, por el verdadero. La virgen, las cosas que se aprenden de la literatura fantástica, por eso la dejé, igual que a mi mecánico. Apoyando esta tesis tengo a mi izquierda a “La Señora Gorda”, un conejo de peluche de 35 cm de alto por 16 de ancho que me acompaña desde mi más tierna infancia, y a “Sandro Chopsuey”, un sim mestizo, moderno y con una larga melena color azabache que ha venido pisando fuerte y está aquí para quedarse.
A la derecha no tengo a nadie, si tuviera algo seguramente se me iba la teoría a la mierda, pero recuerdo unas seis o siete tortuguitas jamás bautizadas que irremediablemente a la semana exacta de entrar por la puerta de casa salían con grandes honores por la puerta de servicio envueltas en la prensa deportiva, mientras que la de mi hermana tuvo la larga y aburridísima vida que era de esperar bajo el nombre de Cleopatra. También recuerdo una buena porrada de amigos que han volado gracias a esa costumbre mía de no llamar las cosas por su nombre, porque cuando callas demasiado ya no quedan ganas de abrir la boquita para nada más (y de saludarles con un mohincito, nada de nombres. Porciones individuales y con fecha de caducidad, claro). Ahora va a volar otro, el más antiguo, pero esta vez de verdad: Iberia, vuelos regulares; con la PS2 de equipaje de mano y destino Barcelona (¿?).
Evidentemente no tiene nada que ver conmigo, igual que tampoco tiene nada que ver conmigo el misterio del éxito de una amistad de diez años constantemente boicoteada por mis silencios y por mi costumbre de definirlo por lo que no es.
Pues bien, diréis que si sé lo que pasa también he de saber como arreglarlo. Pues sí, pero permanezco en standby hasta que dios me guíe y reciba un certificado de no responsabilidad por duplicado (seguro que quiero retener las cosas?¿eso que implica?) mientras sigo mirándome las puntas de los dedos hasta que me digan hacia dónde quieren ir SIN MARGEN DE ERROR.

Tres hurras por mí.
Escuchando Hermético de Ellos.

jueves, junio 03, 2004

Aún a riesgo de repetirme diré que detesto conocer gente. En términos generales tiendo a consideraros (a vosotros, desconocidos) como un hatajo de tuercebotas o C-O-M-E-M-I-E-R-D-A-S indignos de ser descodificados. A veces acierto. Cuando no, me consuelo con aquello del “si no fuera por ti sería por otro” y persisto en mi actitud. Así no hay quien crezca como ser humano y pienso: “ey, ¿no sería fantástico que el bien siempre triunfase como en Pleasantville?, así todos lo haríamos siempre bien”.

De todas maneras el otro día estuve en el concierto de los PI-XI-ES, PI-XI-ES oeoeoeoeoeoeeeeeeeeee!!! y amé todos y cada uno de los pisotones, empujones, berridos en la oreja y botellazos en la cabeza que recibí de la chusma en la que estaba sumergida. Qué comunión con las multitudes, qué volúmenes, qué todo. Qué bonito es el amor cuando los emisores son una panda de chillones fanáticos y los receptores son Dios en formato McMenú. Aunque empiecen con where is my mind.