Aborrezco que ganen los perdedores. Y hablo de los perdedores de verdad, no de los chicos simpáticos a los que echan del trabajo por trapichear con el material de oficina o fotocopiarse el culo para hacer postales navideñas; tampoco hablo del antisocial que se viste de homeless y descarga camiones en el puerto porque todos sabemos que la mediabarba que se deja despierta admiración y deseo a partes iguales. Yo me refiero a los perdedores integrales, los que van a todas partes con tabaco y fuego aunque no fumen, los que se visten en Zara Sport para no llamar la atención aunque obviamente tengan el corazón Cortefiel, los que sentados en un rincón no terminan de decidir nada, conscientes de que como son unos mierdas y unos tibios cualquier decisión los dejará de nuevo en el punto de partida.
Por eso al ver la peli de anoche me he cabreado con un mundo que les permite dar bocaditos a su zanahoria, cuando lo más humano sería dar paso a la selección natural y hala, que sea lo que dios quiera (“¡animalico!¿no veis que sufre?”). Me he acordado de mi gótica claro.
Recomendación para el que no sepa que hacer y se le ocurra que ir a ver Love Actually puede ser una nadería entretenida: a no ser que vayas borracho con un punto de humor hijoputa y dispuesto a hacer el oligofrénico en voz muy alta como las maris que estaban a mi lado (dios, rezo porque fuera eso), pues nada, sólo recordarte la existencia de las labores domésticas en el plano de lo práctico o de los bares de putas, si lo que quieres es darte a una actividad lúdico-cultural. Pero si lo que quieres es hacer penitencia ya sabes, 5 euritos a la semana en cosas como ésta y ya tienes licencia para hacer el hijoputa a placer.