A ver, dejadme que os sitúe: el viernes de hace dos semanas tuve un par de exámenes, lo habitual en gente de mi condición, y como también viene siendo habitual en mí, me reservé la jornada de reflexión para prepararlos dignamente. Pero me levanté menstrual. Menstrual total, en esos días, esos que se ponen con mayúsculas, en cursiva, y se resaltan con un par de dedos a cada lado de la cara haciendo garrita. Esos días de chilliditos, lloriqueos, cabezas girando sobre si mismas y dibujitos en los márgenes de los apuntes de operaciones de extirpado de matriz y ovarios realizadas con una cucharilla de moka. Por eso, en una de mis habituales estrategias de evasión de la realidad me eché a dormir como un lechón hasta la madrugada del día siguiente, unas 17 horas, al cabo de las cuales me desperté inexplicablemente (la mala conciencia, supongo) y decidí dedicar las 5 horas que me quedaban para el primero de los exámenes a echar un vistazo a los apuntes.
Pero fue para bien, porque después de esto saqué una lección vital importante que venía a decir algo así como que “no dejes para hoy lo que podías llevar semanas preparando, gilipichis”. Fue grande, 15 días de responsabilidad desenfrenada; hasta ayer mismito, aunque ya ha quedado eclipsada por la emoción de la reciente entrega de los premios a la fidelidad y su correspondiente lección ( “no te gastes tonti, si después de siete años ya eres de la casa; tienes trato preferente, cosita bonita”).
Pues eso, que ahora lo que me queda es sobrevivir el resto de mi vida como mujer sin ilusiones, una cínica más, con dos aprobados absolutamente inmerecidos y ese sentimiento del que jamás me podré liberar (y mira que intentaré ahogarlo en alcohol) de que a esa zorra le gustaba tenerme en clase para mirarme las tetas, que si no no se explica; porque después de cuatro meses en primera fila sin faltar un solo día me hacen un examen como el que yo hice y no sólo suspendo a ese pobre desgraciado sino que publico su examen por gilipollas; pero en mi facultad no pasan esas cosas, allí solo es posible que suspendan el Richar y los amiguitos con los que tanto tiempo pasa fumando en los baños o la monja muda que gime, que da un mal rollo tremendo.
**De todas maneras es justo reconocer que si hubiera hecho el examen que hice fumada y con el cerebro en una cajita transparente sobre la mesa seguramente sí me hubiera merecido el aprobado. ¡Ay doña Carmen! ¿Es esa la imagen que doy?.