De cómo los deseos se convirtieron en puré de castañas
De mis tiempos de joven solitaria (que no solidaria) me ha quedado el convencimiento de que la única manera de mantener las cosas a tu verita es llamándolas por su nombre, por el verdadero. La virgen, las cosas que se aprenden de la literatura fantástica, por eso la dejé, igual que a mi mecánico. Apoyando esta tesis tengo a mi izquierda a “La Señora Gorda”, un conejo de peluche de 35 cm de alto por 16 de ancho que me acompaña desde mi más tierna infancia, y a “Sandro Chopsuey”, un sim mestizo, moderno y con una larga melena color azabache que ha venido pisando fuerte y está aquí para quedarse.
A la derecha no tengo a nadie, si tuviera algo seguramente se me iba la teoría a la mierda, pero recuerdo unas seis o siete tortuguitas jamás bautizadas que irremediablemente a la semana exacta de entrar por la puerta de casa salían con grandes honores por la puerta de servicio envueltas en la prensa deportiva, mientras que la de mi hermana tuvo la larga y aburridísima vida que era de esperar bajo el nombre de Cleopatra. También recuerdo una buena porrada de amigos que han volado gracias a esa costumbre mía de no llamar las cosas por su nombre, porque cuando callas demasiado ya no quedan ganas de abrir la boquita para nada más (y de saludarles con un mohincito, nada de nombres. Porciones individuales y con fecha de caducidad, claro). Ahora va a volar otro, el más antiguo, pero esta vez de verdad: Iberia, vuelos regulares; con la PS2 de equipaje de mano y destino Barcelona (¿?).
Evidentemente no tiene nada que ver conmigo, igual que tampoco tiene nada que ver conmigo el misterio del éxito de una amistad de diez años constantemente boicoteada por mis silencios y por mi costumbre de definirlo por lo que no es.
Pues bien, diréis que si sé lo que pasa también he de saber como arreglarlo. Pues sí, pero permanezco en standby hasta que dios me guíe y reciba un certificado de no responsabilidad por duplicado (seguro que quiero retener las cosas?¿eso que implica?) mientras sigo mirándome las puntas de los dedos hasta que me digan hacia dónde quieren ir SIN MARGEN DE ERROR.
Tres hurras por mí.
Escuchando Hermético de Ellos.