A ver. El nombre que gasto es un homenaje a un antepasado ilustre mío que se caracterizaba por esconderse detrás de las puertas para escuchar las conversaciones sin tener que participar en ellas y poder marcharse en cualquier momento.
Lo verdaderamente grande en ella es que jamás prestó atención al material tras el que se ocultaba (generalmente cristal translúcido). Si no fuera por eso que me hizo hacer jiji cuando me lo contaron jamás se me habría ocurrido llamarme así, porque definirme con algo tan cercano a lo que soy es realmente siniestro. Y es lo que soy. La cosa es que siendo de las que se mira corriendo la bragueta cuando alguien la mira un poco de más (no la bragueta sino a mí, toda entera), pues me canso, y me voy a un rincón a planear la destrucción de Europa, África y Oceanía o a idear un nuevo orden para mi cajón de los calcetines en base al porcentaje de lycra. Mientras tanto miro torvo y digo “tú más”, y me visto de negro, y me concentro en estimular mentalmente el desarrollo celular de mi laringe, y, y, y...
Ya se me pasará. Aunque a lo mejor cuando se me pase soy incapaz de dejar de gritar que Salou es míooooo.
Me dieron la oportunidad de ir a Gijón este fin de semana, al festival, pero yo no soy ninguna advenediza en esto y rechacé, claro, no vaya a ser que me ponga más contenta de lo deseable.
MIERDA. Ya me lo he visto todo desde aquí y puedo imaginarme la ropa interior de la gente a partir de sus zapatos, prefiero jugar; por eso me voy a quedar todo el fin de semana en casa jugando a la clausura dramática. En plan cine mudo. Si lo hago bien a lo mejor me invito al cine este domingo.