Precisamente en ésta, en la quincena de oro, el Señor ha decidido llamar a Su lado a mi amado Photoshop. Lo ha juzgado digno.
Mientras yo me debato entre el orgullo y la pena, él juguetea como el inconsciente que es a la diestra del Señor, poniendo las nubes perdidas de añil. A su alrededor, los justos lloran inconsolables.
Pongámonos los chubasqueros y recemos una oración por su alma pixelada.