“Maitecita, nena, a ti lo que te pasa es que tienes una cantidad de prejuicios no es ni normal ni decente”, suele decirme mamá Maite, la mujer que me descubrió el peligroso mundo de los montones de hojas secas-bomba y de los señores que repartían caramelos “rellenos de droga”. Por no hablar del consumo nocturno de naranjas.
O de su aportación a la salud familiar con “La Máquina del Cuerpo”, un libro que escribió el señor que hizo el primer trasplante de corazón en todo el mundo, con el ABC del conocimiento sobre nuestro cuerpo cuyas secciones sobre dietética, psicología, alcoholismo e ingeniería genética lo hacían imprescindible en toda familia moderna. Allí encontré esto:
“¿Demasiadas zanahorias? Sería difícil absorber un exceso de vitamina A, pero hay noticias de que un hombre adicto al jugo de zanahoria adquirió un color amarillento y se murió”.
Vivan la precisión científica y la madre que lo parió. Me pregunto que fue de ese pobre trasplantado.
Aún ahora sigo sin saber qué demonios ocurre cuando tomas naranjas por la noche, ¿es comparable a lavarse el pelo o hacer mayonesa cuando tienes la regla? Para patear montones de hojas secas es demasiado tarde, me dan pavor, pero creo que aún podría hacer un buen papel como zampanaranjas. Así que por favor, si alguien sabe algo al respecto que no dude en comunicármelo, me haría muy feliz. Hale, adelante, comenten, comenten.