Que la colonia de coco apesta es algo por todos sabido. Que habría que matar a todas las usuarias, también. Y que a éstas no sólo no les hayan cortado las narices, los flequillos y las puntas de sus zapatos de pinchar aceitunas sino que encima proliferen con buena salud es algo que en esta redacción se nos sigue escapando, aunque en estos momentos tenemos a dos chicas y un perro investigando el asunto.
Dentro del mismo tema está mi desconcierto ante su falta de humanidad, vamos, que la llevan en el metro en hora punta las muy zorras; y eso nos lleva otra vez a la gran pregunta: ¿qué coño le pasa a la gente, está dormida?¿a qué cojones están esperando para tirarlas a la vía después de una buena mano de hostias?.
A todo esto, cada vez que me siento en el metro o en el autobús, el asiento libre que queda a mi lado es siempre el último en ocuparse (menos cuando también viaja la señora afectada por la colza); y no sé si sentirme bien o mal por ello.